domingo, 11 de diciembre de 2011

Una Historia De Amor Y De Sangre: Capítulo 1



Alejandra se subió al colectivo que la llevaría de vuelta a casa. Eran ya más de las siete de la tarde y estaba oscureciendo rápidamente, pudo percatarse de aquello al mirar por la ventana mientras caminaba hasta el fondo del micro. 



Odiaba sentarse adelante, a la vista de todos. Todo el mundo siempre la miraba como si fuese un bicho raro. Después de todo, ¿Qué tenía de malo vestirse completamente de negro? ¿Qué tenía de malo tener piercings y tatuajes en su cuerpo, teñirse el pelo negro, maquillarse la cara bien pálida y pintarse los labios negros? 

Pocos parecían pensar de esa manera, y casi todos le evadían. De todos modos prefería estar sola –pensó ella, y sola era como estaba, al menos durante la mayor parte del tiempo. Ella también evadía a todos. No le agradaba la compañía de nadie. 



Se sentó en el último asiento y se enchufó sus auriculares, poniendo a reproducir un álbum de Korn en su iPod. Mientras las demás personas subían y ella esperaba que el colectivo arrancase, continuó dibujando una gran mariposa negra en un cuaderno que tenía destinado para eso. Había comenzado a dibujarla unas horas atrás cuando estaba en un recreo en la facultad. Alejandra amaba dibujar; realmente había nacido para eso. 



Ella todos los días tomaba este colectivo para volver a su casa cuando salía de la facultad, pero nunca antes le había visto a él, a aquél apuesto morocho de piel pálida, que justo en ese momento, estaba caminando por el pasillo rumbo hacia donde ella estaba sentada. No podía evitar mirarle. Alejandra se puso un poco nerviosa. ¿Se sentaría éste extraño junto a ella? 



Así fue como sucedió: Aunque había muchos otros lugares desocupados, él se sentó a su lado. Alejandra rápidamente cerró su cuaderno y lo guardó en su mochila. No quería que nadie viese sus dibujos. Eran algo privado para ella. 



Él le sonrió con una sonrisa un tanto extraña, o al menos a ella le pareció así. Alejandra simplemente lo ignoró, como ignoraba a prácticamente todo el mundo, aunque no pudo evitar darse cuenta de lo extremadamente hermoso que era: Su pelo era tan negro como la bella noche que ella tanto amaba; sus ojos un celeste tan pálido que le hacían venir a la memoria la imagen de un iceberg que había visto hacía ya un tiempo; y por sobre todo, su piel un color pálido natural que ella envidiaba y admiraba, deseando que la suya también fuese así. 



Nunca había visto a alguien tan hermoso y que vistiese de manera tan sofisticada: Sus jeans oscuros debían de ser Levi's y su campera de cuero debía ser importada –pensó Alejandra. Ella era buena con los detalles. Lo único que no había alcanzado a verle eran sus zapatos; supuso que también serían negros y de los mejores en el mercado. 



Cerró los ojos para evitar mirarle y se concentró en su música mientras el colectivo resumía su marcha, pero tan sólo unos minutos más tarde, su iPod se apagó como si nada. 



¿Como podía ser? Si estaba cargado cuando se puso a escuchar música –pensó ella mientras lo guardaba en su mochila, junto con su cuaderno. No pudo evitar ver la sonrisa cómplice de su acompañante mientras lo hacía. 



Suspiró y se recostó en su asiento, deseando que su reproductor de mp3 no se hubiese apagado tan de repente, cuando él comenzó a hablarle. 



"Buenas noches," le dijo el extraño en un tono que ella no reconocía, pero definitivamente el español no era su lengua materna. 



"Hola," respondió ella fríamente. 



“Soy nuevo por aquí," continuó él "¿Podrías decirme dónde queda el bar Stiller?” 



Alejandra no conocía bien la gran ciudad, pero a ése bar bien sabía cómo llegar. Estaba justo en frente del edificio donde ella vivía. 



"Claro," le contestó. "Tenés que bajarte en el mismo lugar que yo. Faltan unos diez minutos para llegar." 



"Gracias," dijo él y continuó, "hoy comienzo a trabajar allí. Supongo que nos volveremos a ver." 



"Posiblemente," le contestó ella, sin poder decidir si eso era algo bueno o no, y luego se mantuvo en silencio por el resto del viaje. 



Se bajaron en la misma parada. Ella le indicó dónde estaba el bar, y luego cruzó la calle para ir a su edificio. Pudo darse cuenta que él le miraba desde afuera del bar mientras cerraba la transparente puerta de entrada. Y luego no le volvió a ver. 



Alejandra subió las escaleras hasta su departamento en el tercer piso y abrió la puerta: Todo estaba como ella lo había dejado. Entró y cerró la puerta detrás de sí cuidadosamente; ya había aprendido que debía actuar de esa manera. Tiró su bolso en su oscuro sofá y se dirigió a su habitación para cambiarse la ropa; necesitaba ponerse algo más cómodo. 



Cuando se miró en el antiguo espejo que adornaba su habitación, no pudo evitar darse cuenta de unas pequeñas marcas que tenía en su cuello, como si algo le hubiese mordido. Parecían marcas de vampiro –pensó ella. “Pero los vampiros no existen” –se reprochó. Seguramente algún bicho le había picado en el colectivo. Sí, esa debía de ser la razón. Se sacó la ropa que tenía puesta y se vistió de entre casa; quería seguir dibujando. 



Volvió al living y se sentó en su sofá, poniéndose cómoda mientras sacaba el cuaderno se su mochila. Lo abrió y buscó la página donde había estado dibujando. Esta no estaba, su dibujo había desaparecido. 



Dio un salto, no podía creer lo que estaba pasando. ¿A dónde había ido a parar su dibujo? ¿Cómo había hecho para desaparecer? ¿Se estaría volviendo loca? “Depresiva sí, loca no” –era siempre su frase. ¿Estaría volviéndose loca ahora? 



De repente miró el reloj. Eran las ocho en punto. Tendría que haber llegado a las siete y media. Sabía que a esa hora había bajado del colectivo. Había demorado unos diez minutos cambiándose. ¿Qué había pasado con los otros veinte? 



**** 



Nikolav aún podía saborear el dulce gusto de la sangre de la hermosa Alejandra en su boca. No había sido difícil conseguir lo que quería. Una vez que ella le había mirado a los ojos, había podido influenciarle para que le siguiese hasta la parte trasera del bar, que él recientemente había comprado. 



Una vez allí, la había mordido y había bebido de ella. Era por lejos la sangre más exquisita que había probado y había tenido que controlarse para no beber demasiado. Definitivamente, ella era la que él había estado buscando. 



Había llegado a Buenos Aires dos semanas atrás en búsqueda de ella. Una bruja amiga le había dicho como encontrarla a cambio de algo que sólo él podía darle. Había sido un buen intercambio –pensó. 



No le había sido demasiado difícil rastrearla: Sabía que estaría buscando un aroma específico, y después de recorrer la ciudad sin tener suerte por un par de días, la vio bajando de su colectivo y supo instantáneamente que era ella la que estaba buscando. 



Pero tuvo paciencia y no la tomó de inmediato. Se encargó de conseguir el bar que estaba ubicado frente a su departamento, y empezó a observar sus movimientos. Ahora, tres días después de haberla encontrado, había podido tenerla. Y no se arrepentía: Ella era lo que había esperado, y mucho más. 



Nikolav subió hasta la terraza, desde donde tenía una buena vista de la ventana de Alejandra y se puso a mirarle mientras de desvestía y se metía a la cama. Ella todavía no sospechaba que algo siniestro estaba sucediendo. 



Luego de verle apagar la luz, sacó del bolsillo interno de su campera algo que había podido obtener de ella: Esa mariposa negra que ella había querido ocultarle. Sonrío con malicia y volvió a guardarla. Pronto no habría nada de ella que no le pertenecería… Muy pronto.


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