I
En los tiempos en que los
vampiros aún podían rondar la tierra, y convivían con las hadas sin mayores
inconvenientes, pudiendo cada uno hacer lo que se le antojase, conocí a mi amor, mi Randhy, mi todo.
Yo vivía junto a los mortales.
Era mucho más fácil conseguir comida allí, aunque ellos sabían de la existencia
de los vampiros, no como ahora, y sabían cómo cuidarse de nosotros en caso de
ser necesario. Pero eso no significaba un problema para mí, ya que era parte de
la realeza.
Yo tenía un gran castillo en la
zona ahora llamada Romania, y tenía un trato con los pueblerinos. Ellos debían
traerme diez jóvenes al mes, a cambio de protección. A algunos los mataba casi
de inmediato, después de alimentarme de ellos un par de veces, aunque a otros
los mantenía por más tiempo, como esclavos. Generalmente, no me entregaban
jóvenes de entre sus hijos, sino que se embarcaban en guerras o iban a otros
pueblos de diversos lugares para poder traer cautivos. A cambio de ello, los
vampiros a mi cargo no los molestaban, y cazaban en los pueblos vecinos. A mi
no me interesaba de dónde venía la comida, con tal que estuviese en mi castillo
el primer día del mes.
No siempre estaba en mi castillo,
sino que me dedicaba también a recorrer el mundo, a probar distintas sangres de
distintas razas, aunque a decir verdad todas tenían casi el mismo sabor, y a
divertirme. No había placer más grande para mí que hacerme pasar por pueblerina
en medio de un saqueo, esperar a que un guerrero intentase violarme y matarme,
para terminar matándolo yo. Esa era mi mejor diversión: Convertir al victimario
en víctima. El miedo y la culpa al momento de morir hacían que la sangre de
esos hombres fluya más rápido, al incrementarse los latidos de su corazón.
Antes de conocer a Rhandy, había
tenido muchos amantes, como ya lo he dicho antes. No era una vampira pudorosa,
para nada. Mis esclavos tenían suerte si podían “meterse en mis pantalones”,
como dicen hoy en día, ya que yo les perdonaba la vida a mis amantes humanos, o
los convertía en vampiros, lo que ellos prefiriesen. La mayoría se veían
tentados ante la idea de ser inmortales, y decidían ser vampiros. Aunque la
verdad que yo pronto me cansaba de ellos luego de convertirlos en vampiros. No
hay como seducir a alguien sin meterse en su mente. Y los vampiros que yo
transformaba, por más que yo no hiciera nada, me rendían lealtad incondicional
y hacían todo lo que yo les decía que hicieran. Perdía toda la gracia. Ya no
era divertido para mí. Terminaban tan sólo formando parte de mi ejército
privado, y eso era todo.
Un día estaba yo en mi castillo,
dejando que uno de mis nuevos juguetes sexuales me masajease el cuerpo con
aceites, cuando llegaron los diez jóvenes del mes. No hubiera interrumpido lo
que prometía ser una noche placentera, si no fuera porque pude sentir un aroma
diferente venir de la habitación de mis nuevas adquisiciones. Uno de esos
humanos era diferente, podía sentirlo, y me daba mucha curiosidad.
Me vestí, a pesar de notar la
desilusión en la cara de mi amante, cuyo nombre ya no recuerdo, y me dirigí al
lugar de donde provenía ese aroma.
Pude olfatear el miedo en nueve
de esos muchachos cuando abrí la puerta de sus aposentos. Yo podía oír sus
pensamientos:
“¡Díos mío! ¡Es ella! ¿Seré yo su
próxima comida? ¡Por favor, Dios, dame una noche más!”
Ese era un cristiano, pude notar.
Vaya uno a saber cómo había acabado en estas tierras.
“Que no me vea… por favor que no
me vea…”
Algunos todavía pensaban que
podían esconderse de mí, y trataban de ocultarse detrás de sus camas, o donde
sea que pudiesen. Yo lo encontraba gracioso. Nadie podía huir u ocultarse de
mí.
Pero él no tenía miedo, él estaba
sereno. Y no estaba pensando… ¿Cómo era posible? Yo podía leer los pensamientos
de todos los humanos. Pero no los suyos. Ese muchacho realmente debía de ser
especial –pensé.
Caminé hacia él, y sonriendo le
dije: “Hey, tú. ¿Cómo te llamas?”
“Rhandy,” me contestó, sin
intimidarse por mi presencia.
“Ven conmigo, Rhandy,” dije.
Él obedeció. No pude sentir miedo
venir de él para nada. Realmente debía ser valiente. Tal vez lo mantendría un
tiempo más. Además, realmente era guapo: Era alto y musculoso, tenía cabello
rubio y ojos azules, un tanto violáceos.
Tal vez podría remplazar a mi nuevo amante antes de lo previsto –pensé,
sintiéndome un poco lujuriosa.
Los demás muchachos comenzaron a
agradecer a sus dioses por haberles brindado una noche más, y a prometerles mil
y una cosas si los liberaban. No había dios que pudiese rescatarles –pensé, y
en otra ocasión se los hubiera demostrado. Pero decidí no hacerlo, tenía mi
atención dirigida hacia Rhandy, a quien encontraba completamente interesante.
Tendría mucho por aprender de él, y la idea me fascinaba.
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